Episcopologio
NUESTROS PASTORES
Mons. Santiago Garza y Zambrano
III Obispo de León
- 1/11/1837
- 27/02/1907
Nació en la ciudad de Monterrey el 1 de noviembre de 1837. Fue ordenado sacerdote el 3 de noviembre de 1860. Preconizado primer obispo de Saltillo el 19 de enero de 1893 y trasladado a León, el 12 de Febrero de 1898, Diócesis que gobernó durante dos años, pues fue promovido al Arzobispado de Linares el 2 de marzo de 1900. Tomando posesión de esa Arquidiócesis el 3 de mayo de 1900, fue apenas el segundo obispo de la misma.
Previo a su unción episcopal, fungió durante algunos años como párroco de San Esteban en Saltillo; después, lo nombraron canónico de la Catedral de Monterrey. Tres fueron sus sedes episcopales: Linares, León y Monterrey.
Entre las obras materiales que realizó en la Diócesis de León se encuentra la construcción del “Instituto Sollano” a fines de 1899 comenzando a funcionar en 1902 y duró hasta 1914 al ser expropiado y convertido en Hospital Civil. Actualmente es la Escuela de Enfermería de León.
También solicitó, a fines de 1899, la Coronación Pontificia de la Madre Santísima de la Luz y no se le contestó. También donó a la Catedral un órgano tubular Walker que se estrenó el 9 de agosto de 1900.
A Mons. Zarza y Zambrano le toca encabezar la diócesis en el umbral del Año Santo de 1900. A continuación, se cita un edicto donde toca el tema del Año Santo y Cuaresma de aquel año:
“Estando en el Año Santo y acercándose la Cuaresma, tenemos doble motivo para empreñarnos vigorosamente en aprovechar el tiempo que nos concede Dios para nuestra salvación eterna. Es, sin duda, el de la santa Cuaresma, el más aceptable al Dios de la Misericordia y conviene no perderlo, sino emplearlo debidamente, cumpliendo los preceptos de nuestra tierna Madre la Santa Iglesia, y rendir a Jesucristo el divino homenaje de nuestro ser, nuestros dos óbolos: alma y cuerpo, que a Él le debemos; somos obras de sus divinas manos… Si el hombre pierde el tiempo, queda perdido para siempre y sin remedio en lo pasado, únicamente podrá reparar el mal en el tiempo presente o el futuro que Dios nos conceda. Si dejamos pasar ese plazo concedido, el tiempo de la vida, sin emplearlo como la fe humana y la justicia divina nos lo enseñan, concluirá la vida, se cumplirá el plazo de la prueba que Dios nos ha dado y seremos tratados como necios; porque no comprendemos lo que, verdaderamente es el tiempo de la vida, que es una penitencia continua”.
Murió en Monterrey el 27 de febrero de 1907.